Para tomar las riendas del destino hay que dejar de reaccionar ante él y atrevernos a actuar, a ser agentes activos. Un modo de conseguirlo es aplicando el pensamiento proactivo, ese que nos permite hacer frente a la realidad de una manera creativa, ágil y en sintonía con los cambios de la vida. En esencia se trata de aunar motivación para tomar ventaja.
A menudo, suele decirse que lo que define a un líder es precisamente su visión de futuro y su admirable capacidad para convertir en realidad una visión. Queda claro sin duda, que ninguno de nosotros disponemos de una bola mágica donde anticipar al detalle, qué puede o qué no puede ocurrir dentro de un tiempo determinado.
Sin embargo, a la hora de enfrentarnos a la realidad (lo queramos o no) siempre tenemos dos opciones: aplicar un pensamiento reactivo o un enfoque proactivo. El primero define un tipo de comportamiento desde el que limitarnos casi en exclusiva a reaccionar ante cada cosa que nos sucede. Es como quien al pasar por un camino se golpea con la rama de un árbol y grita de dolor.
Ahora bien, por otro lado, disponemos de otra interesante posibilidad. Esa donde no limitarnos a dejar que ciertas cosas sucedan y a esquivar la rama planeando antes otro modo de cruzar ese camino frondoso y lleno de peligros. Podemos, si así lo decidimos, aplicar un pensamiento proactivo donde permitirnos estar preparados, contar con un plan establecido y evitar -en la medida de lo posible- ser “golpeados” por las circunstancias.
Aplicar este tipo de enfoque tiene grandes beneficios. El pensamiento proactivo como un “razonamiento deliberado”, ese que todos podríamos entrenar para ganar en calidad de vida.
Post comments (0)