¿Por qué si una paloma, zorzal o loro pasan volando demasiado cerca de nuestras cabezas algunos gritamos asustados, otros refunfuñamos molestos y otros nos reímos con deleite? La respuesta tradicional dirá que es cosa de personalidad, de aprendizaje o de estrés.
Pero, ¿qué ocurre si quien tiene las tres reacciones es una misma persona en diferentes momentos o edades? No son preguntas antojadizas: “Un hombre está locamente enamorado un día, y al siguiente solo le interesa ir a pescar.
Un país hace con sumo esfuerzo una alianza y en el plazo de un año cambia de parecer. Eso no es solo volubilidad y avaricia. Hay en las razones, los motivos y la identidad de los seres humanos cierta insustancialidad (…) Lo que creemos sobre nosotros mismos no supera ningún examen”, dice el escritor y maestro del budismo zen australiano, John Tarrant.
Todavía así, por el lado de lo “permanente”, lo fijo, todos decimos poseer nuestros diversos énfasis mentales, inclinaciones y prejuicios, que suelen mantenerse; aunque sean irracionales, nos perjudiquen o hieran inútilmente a los demás.
Contrastando ambas miradas, el que muchas sociedades hablen mal, castiguen o desprecien a quienes cambian de parecer o actitud, que se diga a los cuatro vientos que se debe de ser “coherente” pase lo que pase, podría ser una señal de que, no tan secretamente, sabemos que las identidades personales son más dinámicas de lo que declaramos.
De hecho, si bien consideramos que el o lo “loco” es lo que está “fuera de lugar” (locus, lugar en latín); en realidad las diversas escuelas de psicología y psicoanálisis modernas suelen coincidir en que la locura es, precisamente, el estar fijado a respuestas automáticas, respondiendo a personas, hechos o circunstancias diferentes siempre de la misma manera (inútil).
Una red
Un nuevo estudio, llevado a cabo por el profesor Moshe Bar, neurocientífico del Centro de Investigación del Cerebro Multidisciplinario Gonda, en la Universidad Bar-Ilan, junto con Noa Herz, de la Universidad de Tel Aviv, y Shira Baror, de BIU, en Israel, acaba de presentar una nueva teoría que nos acerca a comprender cómo la mente se adapta a diversas situaciones. Y cómo está más cerca de la mirada de la flexibilidad intensa.
Los científicos proponen que los estados mentales cambiantes (EMC) son holísticos en el sentido de que ejercen efectos que abarcan todo y coordinan simultáneamente en nuestra percepción, atención, pensamiento, afecto y comportamiento.
Además, proporcionan evidencia de ello, proponiendo un principio unificador para el mecanismo cortical subyacente mediante el cual se determina los EMC. Esta nueva mirada, sin duda, abre nuevos horizontes para comprender la mente humana.
Según la teoría, las dimensiones principales de EMC están directamente relacionadas entre sí y hacen que las demás cambien para adaptarse a una situación particular. Los EMC los alinea como una red sobre una serie de procesos mentales. Mientras los EMC están alineados, un solo mecanismo desencadena la dinámica compartida que da lugar a su naturaleza unificadora. Bar y el equipo proponen que los EMC están determinados por el equilibrio entre la experiencia previa o el procesamiento de arriba hacia abajo (AB) y la información de nuestros sentidos, o el procesamiento cortical de abajo hacia arriba (AA). La relación entre los dos actúa como un mecanismo de “dirección” mediante el cual el cerebro combina señales de AB y AA en diversos grados según el estado, lo que nos permite adaptarnos a diferentes contextos.
Un estado mental particular influye en la forma en que experimentamos nuestro entorno de manera perceptiva y cognitiva, cómo nos sentimos, cómo decidimos y cómo actuamos. Los EMC cambiantes ejercen efectos unificados y coordinados simultáneamente en nuestra percepción, atención, pensamiento, afecto y comportamiento. Son estados dinámicos que resultan flexibles dentro del mismo individuo, una idea que da mucha menos importancia al concepto tradicional de personalidad y a cómo nos hace trabajar.
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