Muchos hemos tenido la fortuna de haber ayudado a alguien en un momento crucial de su vida, o bien, de recibir ayuda de otra persona cuando más lo necesitábamos. Pero, como todo en el mundo, el acto de ayudar tiene luces y sombras. Esto descubrió Laura, quien tiene dos hijas adolescentes, pero que se comporta como una madre con cuanto ser necesitado encuentra en su camino. “No sé medirme ni decir que no, y termino agotada”, me dijo. “Cuanto más doy, peor me siento. ¿Por qué me pasa esto si lo hago con cariño?”
Ante todo, reconocí su gran disposición para ayudar a los demás, pero le recordé que esto no implica hacer todo por las otras personas, sino solo aquello que está realmente en nuestras manos, y acompañarlas hasta que descubran y desarrollen sus propios recursos. Muchas veces, el exceso de apoyo externo inhibe la motivación interna de quienes queremos ayudar. Alenté a Laura a seguir siendo solidaria y generosa, pero le di algunos consejos para hacerlo de manera más sensata:
Esperar la petición
Solo en casos extremos deberíamos brindar ayuda sin esperar a que nos la pidan. En ocasiones, nos entrometemos en la vida de otras personas al intentar resolver lo que ellas ni siquiera consideran un problema. Y si llegan a hacerlo, tal vez no estén dispuestas a solucionarlo todavía. Esperemos la petición de ayuda para actuar
Usar la intuición
Las otras personas no siempre necesitan lo que suponemos o lo que podemos ofrecerles. Tendemos a ver su vida desde nuestra perspectiva y a darles lo que para nosotros es valioso, pero no para ellas. Debemos ser más intuitivos respecto a sus necesidades, ponernos en su lugar, a fin de poder ayudarlas u orientarlas.
Evitar el protagonismo
Quien necesita apoyo es la otra persona, no nosotros. Nuestra ayuda debe ser activa, pero callada. Hay que permitir que esa persona se abra y confíe en nosotros. A menudo, solo espera ser escuchada con atención y con el corazón en la mano.
Post comments (0)